lunes, 2 de mayo de 2011

La canasta **

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Autor: Migue Mihura.
Intérpretes: Victoria Vera, Bruno Squarcia, Manolo Codeso,
Milagros
Ponti, Luis Perezagua, Eva Cobo, Pilar de Río, Antonio Gallardo,
Ignacio Gijón, Almudena Moreno, Lucía Jordán.
Escenografía: Pedro Moreno.
Dirección: Ramón Ballesteros.
Teatro: Fígaro. (25.1.2002)
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Mejor no casarse

En una escena, Victoria Vera

Escuché, a la salda de este estreno, a un espectador que se quejaba a su acompañante, de la misoginia y el machismo de esta obra de Mihura. No le faltaba razón, por más que el autor de Tres sombreros de copa, hubiera dado muestras de su defensa de la mujer en su muy arriesgada obra Sublime decisión, una verdadera reivindicación feminista. Lo que ocurre es que ésta es una comedia desenfadada, costumbrista, testimonial. La mujer tontita de los años cincuenta, las contradicciones y el absurdo del matrimonio como institución, que traerán, irremediablemente, la infelicidad del varón. Escrita en clave de farsa, de juguete cómico, creo yo que no tenía razón aquel espectador al ser tan severo, porque, por debajo de la protagonista, su vacuidad, hay una defensa de las relaciones no conyugales, un ataque a la institución familiar, a las convenciones sociales.
    El argumento es sencillo: una pareja felizmente no casada, acostumbrada a verse en hoteles, en la que él, de pronto, plantea legalizar la relación mediante una boda. La cual se leva a cabo, y lo único que produce son conflictos familiares, profesionales, sentimentales entre ellos. Dicho así, la cosa parece una nadería, pero aparte de la audacia destructora del autor –estamos hablando de 1955-, la comedia de inacabables recursos, de vueltas de tuercas permanentes, de una construcción portentosa en la que Mihura es capaz de conducir, trasladar o cambiar de acción a su antojo con una maestría hoy desconocida en el género de comedia de nuestros escenarios. A pesar de ello, una pequeña anécdota es alargada, estirada hasta cierto aburrimiento por el escaso argumento.
    Quien dirige este divertimento, con agilidad y ritmo, es Ramón Ballesteros. Ella, la bella tontita, es Victoria Vera, que en su pacto con el diablo se mantiene tan atractiva como siempre, y que hace el esfuerzo de parecer una mujer idiota, tal como pide el personaje. Todo el reparto funciona bien, y el inefable Manolo Codeso aporta su conocimiento de sainetes arrevistado para sumarse a ese tono de farsa, y se consigue que la función no moleste, sino que haga reír con su ingenio, a pesar de los clichés de los que se quejaba el espectador a quen nos referíamos al principio de este comentario.
Enrique Centeno

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